24 de diciembre de 2012

Comienzo...


Todo fue extraño, me costaba asimilarlo. Era muy extraño tener sentimientos por una persona, era alguien que había traspasado mi armadura echa por hielo, dolor, rabia y furia contenida y había llegado a mi corazón. Y no sólo para estar efímeramente sino que se adjudicó un sitio en mi corazón de fuego e invadió la mayoría de éste haciéndolo completamente suyo.

Pero como todo principio, fue muy difícil mantenerla allí. Solía fallar en lo que no debía, solía fallarle a ella, a todo lo que necesitaba para ser feliz. Todo por mi estúpido orgullo y por mi inútil ego.

La esperé, mucho tiempo. ¿Quién sabe si fueron minutos, horas o días? Lo importante es que la esperé en su portal, dispuesto a declararle todo lo que sentía, dispuesto a hacer todo lo que pudiese hacer para hacerla feliz y para robarle, al menos, un beso de sus labios.

Pero no apareció, la noche se tornó junto a mí y la luna me susurró que ella no vendría que no era para mí, que perdía el tiempo allí y que lo mejor sería marcharse y así hice. Aquella noche, y las siguientes a ésta, me dormí con lágrimas en los ojos, recordando cada instante perdido junto a ella, cada te quiero sincero que pude decirle y no le dije, cada sonrisa suya que hacía encender mi corazón, cada letra de nuestra canción… Y la hice mía, a la canción, no paraba de escucharla, día y noche, así tenía un pedacito de ella junto a mí.



Cada noche intentaba olvidarla, pero siempre que empezaba a hacerlo había un recuerdo que me hacía a la vez muy feliz y muy desafortunado: sus labios, a escasos centímetros de los míos. Y ese recuerdo se estancó en mi memoria diciéndome, antes de comenzar a olvidarla, “Por favor, mantén este recuerdo. Sólo éste.”  Le hacía caso. Y me autodestruía.





Y hubiese espera mil horas más en el portal si tu luna no me hubiese obligado a marcharme.


“Yo te quiero a ti, lo quiero todo de ti, ser tú y yo, todos los días.”

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