Hay días en lo que el temor de que su pasado
vuelva y la aleje de mis brazos hace que no pueda tan siquiera concentrarme en
otra cosa que no sea el dolor que su marcha me produciría.
Pero solo hay un dolor mayor que todo ese, solo
hay un pensamiento que nubla mi mente aún más y es que vuelva mi pasado y me
aleje de ella. Ese pasado que, en ocasiones, me hiere, me daña, me envenena,
que me paraliza, que me mata al fin y al cabo. Un pasado que me mira, desde una
cierta distancia con una sonrisa malévola en el rostro, esperando su
oportunidad para volver a aparecer y echar mi vida por los suelos.
En ocasiones este temor hace que el pasado se
aproxime demasiado y consiga ganarle terreno a la felicidad que ahora tengo.
Hay veces en las que pienso que ya lo ha conseguido todo, que volveré a ser el
de antes y así destrozar todo lo que he conseguido en este tiempo. Hay veces en
la que pierdo la esperanza.
Pero
es entonces cuando veo su sonrisa, sus ojos clavados en los míos, sus manos
agarradas a las mías, su respiración al compas que la mía, su piel con el mismo
calor que envuelve la mía. Es entonces cuando sé que ella es todo lo que
siempre he buscado, la última pieza de mi rompecabezas, la luz de mi oscuridad,
la variedad de mi monotonía, ella lo es TODO.
Y
es en esas ocasiones, cuando su cabeza está apoyada en mi pecho, sintiendo mi
respiración y yo la suya, cuando la beso y pienso: “Gracias por ser tan
jodidamente perfecta, por ser todo lo que necesito en cada momento y, sobre
todo, gracias por salvarme.”
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