-Toma, hemos
decidido que tú también deberías tenerla, pero tendrás que prometerme que no
sufrirás.
+ ¿Qué puede ser
que me haga tanto daño?
-Prométemelo.
+ Te lo prometo,
ahora dámelo.
Y me lo dio, era
una imagen de un papel dibujado, sin más.
Al principio pensé
que era una tontería, una payasada típica de nosotros... Pero después me fijé
en el papel escrito y en la habitación dónde estaba.
Era su mesa,
era su letra y era la marca de sus labios reflejado en aquella tarjeta. Esos
labios que tantas veces me habían aconsejado, que me habían hecho feliz, que
tantas veces me invitaron a soñar... Y solo pude llorar, llorar por los miles
de recuerdos que bombardearon mi cabeza, llorar por todos los mensajes cifrados
que me había dejado con aquellas letras, llorar por todas las veces que escuché
“Te quiero” de esos labios.
Recordé una
situación en especial, estábamos sentados en una calle a la espera de que los
de seguridad no se fijaran en nosotros para entrar en una discoteca. Ella me
miró, sonrió y me susurró al oído que todo saldría bien, y si no salía bien que
la acompañara a casa. No salió bien, como era de esperar, y la acompañé a casa.
Durante todo el trayecto fueron risas, chistes y cotilleos, a los cuales yo no
le daba importancia pero me hacía sentir importante. Fue entonces cuando
llegamos a su portal, me dio un beso inesperado, me susurró un te quiero y
subió a su casa.
Yo deambulé por
las calles hasta encontrar un banco que me permitiese mirar al cielo, cuando lo
encontré me senté en él y miré al cielo. Buscaba la luna, esperando que ella
solucionase mi problema, pero no estaba.
“Quizás
todo sea la luna.”-Pensé- “Que juega conmigo tanto cuando está como
cuando no está.”